La poesía en la música romántica: Der Erlkönig, de Franz Schubert


Sin duda, Franz Schubert es uno de los más talentosos compositores (e intérprete) de todo el periodo romántico, en concreto de Viena, en la que habitaba. La obra de Schubert es amplia y variada: compuso desde música religiosa hasta óperas y, sin duda, su mayor aportación y más conocida, los lieder, breves piezas musicales usualmente creadas para piano y voz que acostumbraban a convertir en música los poemas de los grandes poetas germanos, entre los que destacan Schiller, Heine y, el que interesa para este comentario, Goethe. Goethe no es sólo un insigne poeta y creador de una de las piezas más famosas y más completas de la literatura universal, el Fausto, sino que fue, quizá faceta menos conocida suya, el iniciador del movimiento que hoy conocemos como Romanticismo. Es, por tanto, la imagen que tienen los jóvenes románticos de este (ya cuando Schubert andaba por Viena) anciano, la de un Dios, la que Goethe alimentaba con su impecable y en constante innovación producción literaria.

"¿Quién cabalga tan tarde a través del viento y la noche?
Es un padre con su hijo.
Tiene al pequeño en su brazo
Lo lleva seguro en su tibio regazo.
"Hijo mío ¿Por qué escondes tu rostro asustado?"
"¿No ves, padre, al Rey Elfo?
¿El Rey de los Elfos con corona y manto?"
"Hijo mío es el rastro de la neblina."
"¡Dulce niño ven conmigo!
Jugaré maravillosos juegos contigo;
Muchas encantadoras flores están en la orilla,
Mi madre tiene muchas prendas doradas."
"Padre mío, padre mío ¿no oyes
lo que el Rey de los Elfos me promete?"
"Calma, mantén la calma hijo mío;
El viento mueve las hojas secas. "
"¿No vienes conmigo buen niño?
Mis hijas te atenderán bien;
Mis hijas hacen su danza nocturna,
Y ellas te arrullarán y bailarán para que duermas."
"Padre mío, padre mío ¿no ves acaso ahí,
A las hijas del Rey de los Elfos en ese lugar oscuro?"
"Hijo mío, hijo mío, claro que lo veo:
Son los árboles de sauce grises."
"Te amo; me encanta tu hermosa figura;
Y si no haces caso usaré la fuerza."
"¡Padre mío, padre mío, ahora me toca!
¡El Rey de los Elfos me ha herido!"
El padre tiembla y cabalga más aprisa,
Lleva al niño que gime en sus brazos,
Llega a la alquería con dificultad y urgencia;
En sus brazos el niño estaba muerto."

"El rey de los elfos", que es el título que recibe este trágico poema de Goethe, narra la historia de un padre que lucha por salvar la vida de su hijo, el cual es deliberadamente seducido por el Erlkönig, el rey de los elfos, un ser oscuro que pretende arrebatar la vida al niño. El padre porfiosamente persigue salvarle, aligerando el paso de su caballo, pero en vano, puesto que para cuando su hijo se queja del daño que le ha causado el rey, y temiéndose lo peor, halla a su hijo entre sus brazos, muerto. Comencemos apuntando la breve introducción instrumental, de un piano, que antecede a la sección vocal, llevada por una voz masculina, y que abarcará, como es natural, la mayoría de la pieza. En esta introducción, se aprecia un agitado tecleo, rítmico, probablemente una especie de manifestación del galope del caballo, que aprisa se guía por su jinete. No tarda el cantante en aparecer. La voz está preocupada pero no por ello debilitada:;justo lo contrario de hecho: el cantante se muestra inflexible. Narrará la historia anteriormente traducida. Podemos apreciar que no será, durante toda la pieza, tan inmutable la voz: el rey de los elfos, al tratar seducir al hijo, y éste contar a su padre las promesas que le cuenta, la melodía abandonará su crudeza para adaptarse al ensueño que imagina el niño. No tarda en desaparecer para regresar a la crudeza, pero esta vez con enorme terror: es cuando escuchamos el "¡Padre mío, padre mío(…)!". El ritmo nuevamente tornará en agitado, y la melodía acompañada igualmente regresará a la dureza anterior al ensueño. Terminará tal tragedia en la desaparición del piano y un lento y casi recitado acapella, para finalmente un último coletazo del piano, nada enérgico, mortecino, y es este cambio a razón de los últimos cuatro versos del poema, donde el padre, en primer lugar teme la muerte de su hijo, para en el último verso confirmar su sospecha.