Comentario concierto "Louange à l'Eternité de Jésus" de "Quatuor pour le fin du le temps" de Olivier Messiaen

La sala no tiene más que un chelo y un piano de cola. Sobre el parqué, la intérprete del chelo comienza a tocar con su arco el instrumento, pronto seguido por el pianista. Las arqueadas que debe hacer la intérprete sobre el chelo son muy exigentes; lleva con mucho sosiego y cuidado el arco sobre las cuatro cuerdas, y en su rostro se ve la total concentración ante la gran posibilidad, en tan largas arqueadas, de equivocarse, aun en lo más mínimo, y arruinar el curso de la pieza. Así igual el pianista, que se ve aprisionado por, aunque sencilla tarea, complicada, porque de tan sencilla equivocarse sería mayor error que ante un acompañamiento más complejo que el que realiza, que no es más que tocar un acorde, repetidamente, aunque durante la interpretación cambia un par de veces de tono. La pieza es monótona, y ello no facilita en lo más mínimo la tarea a los intérpretes, que deben mantener un constante ejercicio de mismas células melódicas, sabiendo que el cambio de una de éstas, al repetirse tanto, sería obvio para los espectadores.

Cabe destacar la belleza de la pieza en contraste con la economía de medios que sufrió Messiaen en el campo de concentración donde la compuso. Apenas un chelo y un piano alcanzan un preciosismo cumbre en la música instrumental europea, un preciosismo que algunas orquestas del tamaño de auditorios no han podido alcanzar. Hay una delicadeza muy clara en el tratamiento de la obra por los intérpretes, y quizá sin esta delicadeza tan palpable, esta interpretación de este fragmento del Cuarteto para el fin de los tiempos no fuese tan expresiva, íntima, cercana al público. Es un trabajo sentido por sus intérpretes, y así es transmitido a quienes disfrutan de su interpretación.

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